lunes, 28 de marzo de 2016

Capítulo final



Si teníamos objetivos, los cumplimos. 

Tuvimos la fuerza necesaria para alcanzar lo que quisimos. 

Hazañas impresionantes, para nosotros lo fueron. 

Las compartimos juntos, no me atrevo a imaginarlo de otra forma. 

Que no somos los mismos, al menos interiormente. 

Hoy, ya pasados unos 20 días de aquella vuelta, todavía no podemos poner los pies sobre la tierra. La tierra que nos vio crecer. La tierra que nos enseñó. La tierra que nos enlaza con tanto y tantos. 

Quizás nos da un poco de miedo el solo pensamiento de que esos 8 meses que pasamos queden ahí, en fotos, en recuerdos; me inquieta bastante. 

Pero instantáneamente pienso que no puede ser así. No es así. 

Volvimos, sí. Cuando quisimos. Como pudimos. 

Como una hoja en blanco o con una vuelta de página que más bien significa un nuevo capítulo. Uno de esos en los que la historia de sus personajes da un giro de 180 grados. 

No miro hacia atrás, sino hacia dentro. Y recuerdo desde el primer día todas las personas que conocimos, todos los lugares que visitamos, toda la ayuda y el amor que recibimos. Y nos conmueve. 

Más de 20 mil palabras, miles de kilómetros de distancia y otras tantas fotografías después, me niego a pensar que aún somos los mismos. 

Porque habíamos llegado al punto en que sabíamos que algo no andaba bien (al menos para nosotros). Porque sabíamos que todavía nos quedaba un intento de no aceptar la comodidad en que vivíamos. 

Por eso salimos, no a recorrer el mundo de vacaciones, no a realizar una revolución, pero sí a aprender y aprehender tantas de las formas de vivir que hay. Otras comidas, otros trabajos, otros lugares donde dormir, otros paisajes que ver. Salimos para dejar de anhelar, para dejar de reprimir. Para saber que, al menos, una vez en la vida cumplimos un sueño y fuimos libres. 

Y una de las cosas más reconfortantes de todas es que hay mucha gente persiguiendo lo mismo. Que no estábamos tan equivocados, que esa técnica de crecer era cierta. 

Entonces escribo este capítulo final, intentando volcar no las experiencias que les contamos antes sino todo lo fructífero que ellas dejaron. 

Haber realizado esto nos da un punto de vista crítico con todo lo que nos relaciona a esta vida. 

Pero no solo eso. Nos confirmó que la buena vibra atrae más y mejor de ella. Nos recordó que vale la pena confiar en las personas. Nos demostró que conectar con la naturaleza no es un cuento. Que lo que se arregla con dinero no es un problema. Que si no podemos hacer el bien, al menos no hagamos el mal. Que las apariencias engañan. Pero que es muy importante seguir nuestro instinto. Que es verdad que la esencia de la vida está en los detalles. Que es mejor estar contento que enojado. Que no somos nadie para juzgar a los demás. Que a veces vale más estar en buena compañía en cualquier lugar que estar solo en el mejor lugar del mundo. Que tenemos una capacidad de adaptación increíble. Y que a veces estar con uno mismo tampoco es estar solo. Que el mundo parece pequeño cuando uno se mueve. Pero que luego te das cuenta cuan pequeño somos y que grandes son las distancias. 

Todo esto nos hizo más grandes, más fuertes, nos llenó de aprendizaje y cosas lindas. Habrá modificado nuestro ADN, o quizás ya era así. Pero de ahora intentaremos ser conscientes y en adelante lo llevaremos a flor de piel. 

Supongo que tendremos que buscar nuevos motores que nos motiven a volver a salir. Sé que uno de ellos será cuanto vamos a extrañar a cada una de las personas que tuvimos al lado en cada momento de esta aventura. 

Quedándonos corremos un riesgo, el de querer quedarse. Y no estoy seguro de querer eso ahora. Aunque sea algo difícil, ya conocemos la receta. 

El mundo es redondo, el fin del camino puede verse también como el inicio. Los polos en algún punto se unen y ese el punto al que hay que llegar. El punto del que no hay que volver. 

Una vez más, gracias a todos. 

Gracias, a nuestra familia. 

Gracias, a nuestros amigos de toda la vida. 

Gracias, compañeros de ese momento en que nos animamos a dejarlos. 

Gracias, a la familia Monroy-Clavijo y sus amigos en Santiago de Chile. 

Gracias, a nuestros hermanos catalanes Lau y Killy. 

Gracias, a Anette en La Serena. 

Gracias, a Anahí y su familia en Iquique. 

Gracias, a nuestro hermano peruano Ronald. 

Gracias, a nuestra hermanita rosarina Viky. 

Gracias, a Lis en Cuenca. 

Gracias, a nuestros hermanos ecuatorianos Jani y Abel. 

Gracias, a Gabi y su mamá en Quito. 

Gracias, a Gabi y su familia en Ibarra. 

Gracias, a Manu en Cali. 

Gracias, a Marta nuestra madre colombiana en Armenia. 

Gracias, a Amparo en Bogotá. 

Gracias, a Lau y Joha y a Ana en Medellín. 

Gracias, a Guada por compartir esto y comprenderme. 

Gracias, a Andrés en Cartagena. 

Gracias, a nuestro hermano mayor Yuri y Mirella en La Habana. 

Gracias, a nuestro hermano belga Junior. 

Gracias, Ali, Inma y Paqui andaluzas hermosas. 

Gracias, a Angel en Cancún. 

Gracias, al Rober, al Sar y Seba por invitarnos. 

Gracias, a Tincho, Rodri y Nachito por visitarme y acompañarme. 

Gracias, al cordobés Javi. 

Gracias, a Jorge, Rita y Lari en Playa del Carmen. 

Gracias, a Mireya y su familia en Palenque. 

Gracias, a Luis y Gladis en San Cristóbal de las Casas. 

Gracias, a Tania y Lupita en Tehuantepec y Puebla. 

Gracias, a Aldo en Huatulco. 

Gracias, a Lupita en Mazunte. 

Gracias, a Gio y toda su familia en Oaxaca. 

Gracias, a Luis y Jorge en Veracruz. 

Gracias, a la cordobesa Juli por semejante reencuentro. 

Gracias, a Ale en Ciudad de México. 

Gracias, a Ale y todos sus amigos en Guanajuato. 

Gracias, a Salva, Armando y a nuestra mamá mexicana Mari en Puerto Vallarta. 

Gracias, a Diego nuestro hermano mexicano y su hermosa familia en Guadalajara. 

Gracias, a todos aquellos que compartieron con nosotros cualquier momento. 

Gracias, a Chelo, compañero de aventuras, hermanos del alma, no hubiese sido posible solo. 

Gracias, a quien corresponda allá arriba por bendecirnos en forma semejante. 

Espero no olvidarme de nadie, si lo hice les pido disculpas. 

Quiero que sepan que fuimos y somos felices de haber realizado este sueño. 

Creo que es todo, al menos por ahora. 

Ojala no pase mucho tiempo para que vuelva a escribir en esta manera. 

Salud! 

“Nada ha sido ni será, todo es.” 





martes, 22 de marzo de 2016

Guadalajara

"Extraño desacostumbrarme
de la hora en que nací.

Extraño no ejercer más
oficio de recién llegado"

A. Pizarnik

Como cuesta escribir ya estando en casa de vuelta, hace apenas días nada más estábamos tan lejos… 

Dejemos eso para más adelante.

Más que nunca aplica la frase el comienzo del fin. Guadalajara, capital de Jalisco, era nuestro último destino antes de volver a la CDMX para volar de regreso. 

Una de las cosas más interesantes, de esas cosas que ocurren sólo al viajar, estaba a punto de ocurrir. Viviríamos una especie de vuelta anticipada. ¿Por qué? Diego, nuestro amigo mexicano, que conocimos en Baños, Ecuador, volvía a su hogar. Y nos invitaba a quedarnos junto a él, su familia y sus amigos durante estos días tan especiales para él. 

Llegábamos entonces justo para la reunión de recibida. De a poco comenzábamos a conocer a esta hermosa familia que, luego, tanto nos enseñaría. 

Muchos amigos, mucha comida y, como no podía ser de otra manera, mucho tequila. 

Bienvenida de Diego

Después de amanecer (rotos) y desayunar (casi almuerzo) fuimos a almorzar (sí, más comida) a lo de la abuela de Diego. 

Un domingo, uno familiar, uno como los que hacía varios meses no teníamos. Nos presentó a todos y a cada uno, y todos y cada uno nos recibieron cómo si fuésemos uno de ellos. Abuela, tíos y tías, primos y mascotas. Un día en el que se nos llenó (me animo a decir que no quedaba mucho a esta altura para no ser injustos con todos los demás) el corazón. Comimos, jugamos, cantamos, leímos, les enseñamos a tomar mate. Una familia increíble, un ejemplo a seguir. Ojala todas las familias fuésemos un poquito más como ellos. 

Los (geniales) Diaz Hurtado I

Los (geniales) Diaz Hurtado II

El resto de los días comenzaban a transcurrir. Pero esta vez nos dedicamos, especialmente, a otro tipo de turismo. Los recorridos que realizábamos, día y noche, eran gastronómicos. Un rápido paseo por el centro histórico, algunas otras iglesias y algunos otros teatros. Una parada en el mercado más grande (y en mi opinión, el más lindo que vi) de Latinoamérica, el San Juan de Dios. Donde mientras almorzábamos un increíble ají relleno, Diego nos enseñaba la leyenda de las piñatas de 7 puntas. Una tradición religiosa, que data de la época de evangelización del cristianismo. Cada una de las puntas representa a un pecado capital. Sus colores llamativos, la tentación. Romper la piñata con los ojos vendados, un acto de fe y fortaleza para vencer la tentación del pecado. 

Caminando Guadalajara


Catedral

Teatro

Peatonal

Escudo de Guadalajara

Se va el Sol, nos vamos nosotros

Centro Cultural

Piñatas del Mercado
Uno de los últimos días aceptamos la invitación que nos hacía el Tío Tito y, desde muy temprano, nos fuimos para el rancho. Así le dicen al campo donde tienen su negocio familiar, de engorde de vaquitas. Y aquí probamos una de las cosas más raras en todo el viaje. El “pajarete”: cacao en polvo, tequila y leche recién ordeñada. Un coctel alto en proteínas con el que la gente del campo desayuna todas las mañanas. Paseamos por el campo, Diego nos explicaba de todo un poco, miramos unas vaquitas, comimos y respirábamos aire fresco. 

Qué miras?

Rancheando I

Rancheando II

Para despedirnos cómo corresponde, la última noche salimos a brindar. Y cómo no hacerlo? Cuando en este camino que emprendimos nos encontramos con una persona que salió igual que nosotros, dejando atrás lo que era necesario, para hacer lo que uno más quería. Un amigo, un hermano, un carnal. Uno que defiende la misma causa. Y que nos recordó y enseñó la importancia de la familia. 

Nos despedimos de el y de toda la familia. Nos llevamos unos regalitos que nos hicieron y unas cartas que nos escribieron. Sé que nada se puede comparar con eso. No nos quedan más que palabras de agradecimiento. 

Viajamos 2 días antes a la CDMX. Nos recibía Ale nuevamente. Y ya respirábamos otro aire. 

Ya estábamos a horas de volver. 

Durante esas últimas horas no podía dejar de recordar una frase de Rayuela que dice: 

“¿A vos no te pasa que te despertás a veces con la exacta conciencia de que en ese momento empieza una increíble equivocación?” 

Y como no pensar eso. Volver. A lo que dejamos. A lo que NO fueron estos 8 meses. 

Pero ya, lo bueno era que lo elegimos nosotros. Y cómo siempre pensé, no hay que arrepentirse de lo que uno hace, sino de lo que no. Y sabemos que no dejamos nada por hacer.

Acá dejo esto. Si hay reflexión que sea en otro capítulo. Quizás el último. Quizás el primero de algo más grande. 

Desde casa.

jueves, 10 de marzo de 2016

Puerto Vallarta

En nuestros primeros días en México, allá por fines de Noviembre, principios de Diciembre, nos sentábamos a ver el mapa. Estudiábamos posibles lugares, escuchábamos recomendaciones. Y había uno de esos que estaba muy lejos. Era casi impensado para nosotros. Puerto Vallarta y las Islas Marietas. 


De Guanajuato a Vallarta fue un viaje largo, pero cómodo. En un bus de primera línea llegábamos por segunda vez a la hermosa y mística costa del pacífico. 

Allí nos reencontrábamos con Juli (la cordobesa mencionada en algún post anterior) y su amiga Anto. Ellas venían a compartir nuestros últimos días frente al mar. 

Y cómo no podía ser de otra manera, para seguir con la excelente racha que tuvimos durante todo este tiempo, nos recibía una familia (no de sangre sino de esas que la vida misma construye). Salvador, Armando y la gran Mari. 

Desde el primer momento en que llegamos no dejaron de compartir su cariño con nosotros, hacían querer que a uno lo adoptasen y se quedara a vivir con ellos. 

En la casa además teníamos un compañero que había llegado como nosotros pero desde EEUU, Nick, quien nos acompañaría los días siguientes hasta su partida. 

A pocas cuadras se quedaban las chicas, y a otras poquitas estaba el mar. Fueron días de perseguir atardeceres, de mucha playa, y mucha amistad de la linda. 

Atardecer I, Pto Vallarta

Tardes de mates y birra en la playa de Puerto Vallarta. Caminatas por el malecón. Platicas con la hermosa gente de la casa. 

El “plato fuerte”, nuestro objetivo principal en este lugar, era conocer las Islas Marietas. Un conjunto de islitas desahitadas y protegidas por el gobierno para preservarlas. 

Las islas se hicieron famosas por el famoso oceanógrafo Jacques Cousteau. Las marietas son casa de muchas aves como el ave patiazul y una muy grande diversidad de peces, además de delfines todo el año y ballenas jorobadas en invierno. 

Para ahorrar unos cuantos pesos, fuimos sin contratar ningún tour por medio de agencias. Llegamos hasta Punta Mita, el lugar continental más cercano frente a las Islas y regateamos para conseguir el mejor precio. 

Y entonces a la aventura nuevamente. Cruzar el mar, romper olas, saltar y nadar para cruzar ese túnel. La cantidad de gente que había, por suerte, no era suficiente para opacar la belleza y lo exótico del lugar. 

Por la reglamentación del parque nacional sólo teníamos 20 minutos para estar en la primera isla, conocida como Isla Oculta o Playa Escondida. 

Playa Escondida I

Playa Escondida II


Después de disfrutar estos hermosos y escasos minutos, nos dejaron en otra de las islas. Ya con un poquito más de tiempo para disfrutar, conectar con ese mar y, de a poco, empezar a despedirse. 

Gigantes personas 

Playa del Amor

Personas gigantes

De regreso, todavía quedaba medio día por delante. Frenamos a almorzar y bajamos a una playa bastante solitaria, Destiladeras, que quedaba de camino a casa. 

Playa Destiladeras

Retratos I (Chelo & Juli)

Retrato II (Nick & mate)

Retrato III (Anto)

Retrato III (Mate & Sol)

En la otra punta del mapa existe una playita de difícil acceso. Uno camina casi una hora por el cerro y cruza el bosque, hasta encontrar la playa Colomitos. Un escondite pequeño y remoto. Una pequeña porción de paraíso. 

Cruzando el bosque (chelo encantado)

Playa Colomitos

Ya la vuelta la puede hacer uno en lancha, para volver más rápido. Y como ese día habíamos quedado en subir al mirador de Vallarta con Salva (nuestro couch), así fue. Un atardecer más, una de las cosas que siempre nos atrae. Algo que nunca nos agota. 

Mirador de Puerto Vallarta

Con el Salvador

Contemplando, compartiendo
La última playa que nos quedaba por conocer quedaba en un pueblito medio bohemio, medio artesano, con mucha buena vibra. Brindábamos para despedir a Anto que se volvía antes y más tarde regresábamos a casa. 

Playa Sayulita

Ya a esta altura se hace un poco difícil escribir, cuando parece una repetición de días. Pero es más que nada para dejar asiento de los lugares y las personas. Todo lo que experimentamos, durante todo el viaje, pero en especial estos últimos días, es irreproducible desde lo emocional. 

Pero sin dudas el último día en Vallarta fue intenso. 

Cargado de emociones, primero tocaba despedirse del mar. No hacerlo sería casi un crimen. Caminar por la orilla al atardecer, sabiendo que ya no quedaba otra cómo esas. Oírlo, como tantas veces en estos 8 meses, e interpretarlo, jugar con él. Saber que lo quitábamos, al menos por un tiempo, de nuestra (no) rutina, nos hacía bajar un poco la frente. 

Ultimo atardecer

También dejabamos volar a la Juli, que volvía para Xalapa, a terminar su intercambio y vivir esa experiencia de estar afuera tanto tiempo. 

Superado ese momento, volvíamos a la casa para preparar la cena de despedida. Por suerte la cocina servía de terapia. Pizzas, vinos y buena compañía era todo lo que necesitábamos, era todo lo que teníamos. 

La familia Vallartense 

Si no lo dije antes, lo digo ahora, y si lo dije antes, lo repito. Somos unas personas bendecidas (por no decir con mucha suerte). La calidez que recibimos en esa casa nos hacía confirmar que cada paso que dimos hasta aquí fue correcto. 

Con los últimos abrazos y el desayuno preparado por Mari, estábamos listos para viajar rumbo a Guadalajara, donde un gigante de los caminos nos esperaba junto a su familia.


miércoles, 2 de marzo de 2016

Guanajuato

"La libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida." Don Quijote de la Mancha.

Después de viajar algunas horas llegamos a Guanajuato. Un pueblito mágico (así denominan en México a los pueblos que se mantienen en el tiempo) pequeño, entre montañas bajas, con colores vivos y un ritmo de vida que da envidia. 

Esta vez nos recibía Ale, y sus compañeras de casa. En realidad Ale fue sólo el contacto formal, porque nos recibieron ella y todo su grupo de amigos. Un grupo maravilloso, con mucha buena onda, con una energía contagiosa, y una inteligencia y preocupación por la vida que nos dejó encantados. 

Tengo que admitir que después de casi 8 meses nos cansamos un poquito de visitar museos y ruinas. Por lo que habíamos decidido dedicar nuestro tiempo a, simplemente hacer lo que nos daba la gana, vivir. Caminar por la ciudad de día y también de noche. Subir por los callejones, o simplemente sentarnos en algún rincón a contemplar el día pasar. 

Calles & Colores

Rincones & Colores

Alguna veces lo hacíamos solos, otras con Ale y sus amigos, y otras con un nuevo compañero francés, el Víctor. Uno de esos personajes admirables, que sale a recorrer un país hablando solo 2 o 3 palabras del idioma del lugar. 

En casa con Víctor y Ale.

Respecto a la ciudad, se respiraban aires universitarios. Un lugar donde llegan estudiantes de todas partes de México y el mundo a estudiar, aunque sea por algunos semestres. Con el detalle de que muchos se enamoraban de Guanajuato y se quedaban por años. 

Universidad de Guanajuato

De noche parecían tomar otras formas las callecitas y los edificios. Una muy linda Basílica, un teatro que funcionaba también de punto de reunión social en sus escalinatas. Varios monumentos al Quijote y a Cervantes (aunque nadie supo decirnos bien porqué, más que por un festival que se hace desde hace varios años). 

Basílica de Nuestra Sra. de Guanajuato

Teatro Juárez

Don Quijote y Sancho Panza

Alguna que otra tarde subimos al Mirador del Pipila, un personaje un poco místico o legendario del lugar por su heroísmo y valentía en la lucha de la independencia. Uno de los puntos más altos de Guanajuato, donde, además de tomar unos mates, se puede apreciar la paleta de innumerables colores de la ciudad. 

Guanajuato desde El Pipila

Entre salidas por los bares, entre mezcales y licores, entre charlas y bailes, cada vez nos hacían sentir más cómodos y con más confianza estas personitas. 

Entre túneles y pasillos angostos, entre callejones y mercados, entre risas y más risas, se iba acercando el final de nuestra estadía en este hermoso lugar. 

Mercado Centenario Hidalgo

Puente del Campanero

Túneles & Pipila (arriba)

Después de una noche intensa, festejando la recibida de uno de los chicos del grupo, y de una tarde de recuperación y rehabilitación, viajábamos toda la noche para llegar temprano a Puerto Vallarta. Lo que sería nuestra despedida del mar.

Presa de la Olla