sábado, 31 de octubre de 2015

Bogotá


Teníamos planeado llegar a Bogotá pasado el mediodía. Subimos al colectivo bien temprano en la mañana y el camino demoraba, según la teoría, unas 7 horitas. Pero la ruta estaba cortada por una carrera de ciclismo, por lo que estuvimos literalmente parados un buen rato y llegamos a destino 12 horas después. 


Sin embargo, y como nos viene demostrando este camino, la espera valdría la pena una vez más. Nos hospedaríamos en la casa de Amparo, en el barrio de Bochica (un barrio de gente laburadora). Es en estos lugares que uno aprende que los sitios turísticos no son lo único para ver y aprender. Es en estos lugares donde uno comprende cómo vive la gente día a día. Y no es que necesitemos salir de nuestro país para entender esto, pero aprovechamos el envión de andar por ahí, de estar más dispuestos, menos preocupados por nuestras preocupaciones. 

Con respecto a nuestra nueva couch, Amparo, seguimos sorprendiéndonos de lo que el destino nos pone delante. Amparo es, antes que nada, una gran mujer. Nos ha enseñado que nunca es tarde para comenzar desde cero, para trabajar por lo que a uno lo llena y haciendo bien a los demás. Y lo más importante, tener siempre en mente los sueños de uno, que es de esta manera que los cumpliremos. 

Por otra parte, no teníamos las mejores referencias de la capital colombiana. Y llegar con tan bajas expectativas fue bueno, porque nos ha gustado mucho esta inmensa ciudad. Para nosotros fue la ciudad de las mil ciudades dentro. Cada vez que recorríamos algo nuevo era distinto a lo que ya conocíamos de ella. Con una gran infraestructura, un sistema de transporte algo saturado pero que funciona muy bien y una sensación de inseguridad que nos la hicieron notar, supimos desenvolvernos sin ningún problema e irnos con una imagen completamente distinta con la que llegamos. 

Si mal no recuerdo el primer encuentro con la ciudad fue un domingo. Día en que la gente sale a caminar y andar en bicicleta por el centro a montones. Caminada la plaza central, monumento a Bolívar, Palacio Presidencial, Congreso y Catedral. Unas vueltas por el barrio La Candelaria, más iglesias raras y encuentro (mural) con el gran Gabo. 

Palacio presindecial - Monumento a Bolívar

Senado - Catedral

La Candelaria

Iglesia

El Gabo


Para no perder la costumbre hicimos una visita (en la otra punta de la ciudad) a la embajada argentina para consultar el estado del Chelo para salir de Colombia. Aparentemente no debiera tener ningún inconveniente (eso ya se lo contaremos en capítulos próximos) 

Después de recibir las advertencias correspondientes de la gente y policía del lugar llegamos al teleférico para subir a Monserrate. Un atardecer con vistas a esta inmensa ciudad. Si bien estábamos bastante alto y con una buena perspectiva no llega a verse su totalidad, donde viven aproximadamente 8 millones de personas. 

Bogotá al atardecer

Iglesia Monserrate

El sunset


Aprovechando que ya era miércoles y que el cine cuesta 3500 colombianos (poquito más de 1 dólar) fuimos a ver una peli. No voy a contar que vimos Peter Pan en 3D para ahorrar todo tipo de comentarios. Pero para cerrar un día largo, en el que cruzamos todo el parque Bolívar caminando para comprar los pasajes a Medellín, fue un buen relax. 

Nos íbamos de Bochica rumbo a la terminal de noche, tras haber recibido una rica cena invitada por Amparo y el Chelo haber tocado unos temitas con la guitarra. 

Despedida con Amparo


La ciudad que supo ser del “Patrón” nos esperaba. 

Hasta la próxima!



lunes, 26 de octubre de 2015

Armenia

Antes de llegar a Armenia ya teníamos una nueva anécdota que contar. 

Previo a abordar el colectivo habíamos convidado con un poco de nuestra agua a un señor, de unos 60 años aproximadamente. Él, asombrado por nuestro gesto, se nos prendió durante casi todo el viaje. Y ahí comenzamos a descubrir a este personaje que se hacía llamar Charles “el ilustre”. 

Cuando llegamos a destino insistió en que era su deber, cómo buen colombiano y anfitrión, invitarnos con un café. 

No nos quedó otra que aceptar, por lo que fuimos al Parque Sucre por dicha merienda. Mientras tanto avisamos a Martha, la (gran) mujer que nos iba a hospedar. 

El encuentro entre estos titanes pero de diferentes especies fue gracioso, una vez superada la etapa de incomodidad. Después de unos pocos cruces de palabras nos íbamos con Martha y dejábamos al Ilustre abrazado, literalmente, a un árbol. 

Ya instalados en su casa comenzamos a descubrir a quien más tarde bautizaríamos, con el perdón, entendimiento (y apoyo sin duda alguna) de nuestras madres, nuestra mamá colombiana. Martha se preocupó por nosotros desde el primer minuto, por si comíamos, por si teníamos qué desayunar al día siguiente, por qué íbamos a conocer en su tierra, por nuestra ropa limpia, por nuestras experiencias, por nuestra vida. 

Ella tiene su hija e hijo, de aproximadamente nuestra edad, viviendo en Argentina hace unos cuantos años. Por el cariño que notamos y lo que nos hizo saber, se ve que era demasiado temprano para convertirse solamente en una madre a distancia. 

Por nuestra parte volvimos a sentirnos en casa, en viaje, una vez más. 

El primer día nos llevó y nos dejó en el Valle del Cocora. Un lugar donde existen miles de palmeras de cera. Aunque lamentablemente se encuentran en extinción ya que no crecen más de ellas por el cambio que sufrió su medio ambiente.

Valle del Cocora I

Valle del Cocora II

Palmeras de cera. Director: Marcelo Toledo

Valle del Cocora III


Tras haber caminado un par de horas por el valle bajamos a Salento, un pueblito congelado en el tiempo. Almorzamos un plato típico (pescado con patacón y ensalada), tomamos un helado en la plaza central y recorrimos algunas de sus callecitas más coloridas.

Tejados de Salento

Salento I

Salento II

Vagueando por Salento

Ya de regreso y una vez en la casa, aprovechamos las compras que Martha nos había hecho para que cocinemos. Después de unos cuantos días nos volvíamos a encontrar con la cocina; primero unas pastas con salsa de crema y chicharron y luego un pollito a la naranja. 

Tras un excelente desayuno (cómo se extraña cada día) de leche de almendras, cereales y frutas, salmos, otra vez de la mano de la dueña de casa, a conocer una finca de café orgánico. 

Llegamos a la finca de Don Elias, donde nos hicieron un recorrido por toda la finca, explicándonos en detalle todo el proceso de elaboración de café. Como no podía ser de otra manera, este recorrido terminaba con una degustación de un excelente café.

Flor de Café

Plantación de café, cubierta por plátanos

Flor de plátano

Grano de café tostado

Con Martha y el guía cafetero


Cuando quisimos pagar nuestra deuda, Martha había hecho de las suyas otra vez: ya había cancelado el tour. Y como si fuera poco, nos invitó a almorzar a un restaurancito en la ciudad de Calarcá, donde degustamos una gran paella valenciana rodeados de pajaritos de colores.

Por la noche nos sentimos de 12 años nuevamente. Por más gracioso que suene, es verdad. Martha nos llevó hasta la puerta del cine. 

No sé si la peli que vimos la darán en Argentina, pero deberían buscarla “Colombia, magia salvaje”. Un documental de todas las zonas geográficas y su flora y fauna de este increíble país. Sin duda una obra de arte impresionante. (link del trailer)

El último día se lo dedicamos a conocer la ciudad. Después de hacer fiaca un buen rato y mirar una peli en la casa, paseamos por las calles y plazas de Armenia. Habiéndole comprado un humilde regalito a Martha por todo lo que nos brindó en tan poco tiempo, volvimos para la última gran cena. Esta vez nos cocinaba ella un gran salmón rosado. Para el postre aparecería, por videoconferencia, un amigo en común: Dieguito, el mexicano, que seguía aún por Baños. 

Nuestra estadía en el eje cafetero iba concluyendo. La capital nos esperaba. Pero otra vez más, nuestro corazón se agrandó y dejamos una partecita allí.



miércoles, 14 de octubre de 2015

Las Lajas - Cali


Tras un viaje matutino y tranquilo llegamos a la ciudad de Tulcán que limita en la frontera colombiana con Ipiales. 

Tras ingresar sin inconveniente alguno a Colombia nos aseguramos, como quien dice, “la bocha” y sacamos el pasaje para viajar toda la noche rumbo a Cali. 

Para pasar el día ya teníamos un plan, visitar el Santuario de Las Lajas. El mismo fue construido a partir de 1916 en la ladera del río Guaítara y alcanza, desde su base a la cima de la torre, los 100 metros. 

La expedición la hicimos junto a 2 compatriotas que encontramos uno en la frontera y otro en la terminal. Bienvenida la camaradería y el abaratamiento de costos.

La verdad es que es una construcción que impresiona ver de cerca, tanto por la ubicación y por la belleza del mismo. 

Santuario I

Santuario II
Ya por la noche emprendimos el viaje rumbo a la Capital (mundial quizás) de la Salsa donde nos esperaba un ritmo intenso y un calor agobiante. Pero por suerte un nuevo couch (Manu) nos recibía en su finca, con pileta arriba del morro y con la mejor vista de la ciudad. 

Cali fue una ciudad que nos llamó al retiro. Tras haber visitado el centro el primer día nos dimos cuenta que no estaba hecha para nosotros. Demasiado movimiento, comercio, etc., y un calor que no permitía el desarrollo normal de la sinapsis. Por lo tanto el resto de los días los intentamos transcurrir, mientras duraba la luz solar, en la finca del Manu. 

Finca del Manu

Cali nocturna

Cali al atardecer

Por el contrario, fuimos buenos para entrar en sintonía con la vida nocturna caleña. O al menos lo intentamos. Salimos varias veces, por no decir casi todos los días. De la mano de nuestros compañeros de vivienda, Fabi, Jose Luis y el tano Gabi. 

Visitamos el bar de Manu, bares comunes, boliches y, lo mejor y más divertido, intentamos bailar salsa. En Colombia es sabido que los caleños son los mejores bailarines de salsa, por lo que tras bailar un tema con cualquier mujer, inmediatamente nos abandonaban muy cortésmente. 

La banda fisura (Yo, Gabi, Chelo, Fabi)

Una de los atractivos más interesantes que teníamos era el transporte hasta la finca. Debíamos subir en chivas, un colectivo pero con su toque característico. 

Chiva rumbo a casa

Igualmente conocimos sitios turísticos como el malecón, la iglesia San Francisco, la iglesia La Ermita, y avistamiento de “nieve” por doquier (no hay imágenes permitidas). 

La Ermita

San Francisco

El malecón
En conclusión, Cali fue una ciudad que nos gustó mucho más desde arriba y de noche y donde conocimos muy buena gente y pudimos recargar las energías para lo que venía, Armenia, el comienzo del eje cafetero.

Despedida (Gabi, Chelo, Yo, Manu)


sábado, 10 de octubre de 2015

Algo nuevo me sorprende todos los días


Algo nuevo me sorprende todos los días. 

Pero esta vez lo que me ha dejado pensando fue la conversación con un chico de 13 años, con el que viajamos juntos en el colectivo a Bogotá. 

Muy educado él se acercó y preguntó: “¿de dónde es usted señor? ¿Cómo se llama?” 

Mis datos ya los conocemos, él era Cristian de 13 años. Y tras unos minutos de charla yo le pregunté si sabía que quería ser cuando sea grande. Él lo tenía claro, o al menos por el momento. Futbolista. Nada raro en un chico de su edad. 

Lo que me resultó, no raro, sino sorpresivo fue la pregunta que me hizo él a mí: “¿y usted señor, que quiere ser?” 

Pocas veces, sino nunca, me había pasado que alguien tan pequeño me dejara sin palabras. Porque en realidad no supe que contestar. Y me hubiese gustado responderle algo más que un “no lo sé” o “quizás ya sea grande”. 

Mientras tanto a la conversación se sumó su hermanito quien, se ve estaba atento, me dijo que cómo no sabía si yo tenía 15 años y, al parecer, debía saberlo. 

Les conté que no tenía 15 sino 10 más. Y marcharon tranquilos al lado de su madre. 




Pero el que quedó pensando el resto de la tarde, claramente, fui yo. 

Puede ser que sí, que ya me considere grande, he podido asumir mis responsabilidades sin mayores inconvenientes (al menos eso creo). Pero que mejor que a uno le pregunten esto cuando uno viaja para encontrarse. 

Y es entonces que llego a las primeras hipótesis para esta delicada respuesta. Lo que quiero cuando sea grande es no arrepentirme de no haber hecho lo que pude algún día. Ser un poco más libre de lo que inevitablemente se podrá ser en un futuro. No cargar con el sentimiento de hacer algo que no me gusta, que no me completa. Haber podido conocer un poco más del mundo en el que nacimos. 

Sin embargo, no creo estar tan lejos, al menos de seguir por este camino. En el que uno atiende a sus presentimientos. En el que uno no se hace el sordo con su conciencia. En el que, aunque sea de a poco, se va abriendo un poco más, sacando esas barreras autoimpuestas, que nos alejan de lo genuino de su ser. En el que uno se animó a romper el cascarón. 





Entonces es que se me viene una segunda hipótesis para responder a Cristian y su hermanito. Quiero ser alguien que tenga amigos, amigos de verdad, por todas partes. Quiero haber conocido mucha gente de ese mundo, su forma de ser, sus costumbres y sus valores. Y que ellos lo recuerden a uno por ser, simplemente, como es. 

Sin embargo, no creo estar tan lejos, al menos de seguir por este camino. En el que ya hemos dejado nuestros amigos de toda la vida esperando en casa; en el que dejamos un pedacito de nuestro corazón en la mayoría de las casas en las que nos recibieron. En el que con pocos meses me doy cuenta que en el mundo hay mucha, pero mucha, más gente buena, amable, dispuesta a ayudar, a compartir, de las que nos muestran a diario por televisión y por los periódicos. Cómo no aprender a confiar en los demás, cuando nos han hecho sentirse amigos, hermanos y hasta hijos, sin esperar nada a cambio más que una sonrisa, un abrazo, un muchas gracias, un rato de nuestra compañía que contagia las ganas de seguir. 





La última de las hipótesis para poder dar una respuesta sincera se me viene a la mente cuando cae el sol. Que puede ser cuando a uno le agarra un poquito más de esa nostalgia, de extrañar su casa y su familia. Y estoy seguro entonces de querer conservar mis raíces, ser alguien que valoró como lo criaron, ser alguien que escucho los consejos que le dieron, ser alguien que pueda ampliar esa familia y en el cual su familia pueda confiar. 

Sin embargo, no creo estar tan lejos, al menos de seguir por este camino. Sólo por el hecho, no menor, de que a uno sus viejos le han dicho lo que uno siempre esperó oír. Que están orgullosos de sus hijos. 



Creo entonces que esas tres hipótesis no son excluyentes sino más bien complementarias. Y que si volviera a cruzarme con estos chicos que tanto me han hecho pensar estaría dispuesto a responder su pregunta filosófica: quiero ser yo mismo, haber conocido el mundo, tener mis amigos y mi familia para siempre. 

No me canso de ver algo nuevo todos los días.
La reacción de la gente conectando con la música,
una sonrisa después de una mirada,
un paisaje que al contemplarlo te hace suyo,
el sabor de una comida típica te presenta su historia misma. 

Pero tampoco deja de sorprenderme los consejos sabios de mi padre
o el beso diario de mi madre.
Porque siguen llenando, emocionando.
Después de todo son las raíces que a uno lo definen. 

Es difícil componerse si se tiene miedo,
por más soberbio que suene.
No atar al pesado, ni hipotecar la libertad,
suena un clásico, buscar la felicidad. 

Podré estar más cerca o más lejos,
respirando distintos aires,
cumpliendo un rol u otro.
Comprendo entonces que el futuro está en todos lados.



miércoles, 7 de octubre de 2015

Ibarra

La llegada a Ibarra fue un poquito más tarde de lo que esperábamos. Cómo era fin de semana mucha gente volvía de Quito hacía las distintas ciudades del interior. 

Cuando bajamos del colectivo y llegamos a lo de Gabi (nuestra nueva couch) ya se había ido a trabajar a su bar y entonces nos recibiría Consuelo, su mamá.

Con la excusa de presentarnos (teníamos hambre y ganas de tomar algo) fuimos hasta el bar donde nos quedamos un buen rato charlando con Gabi, una chica muy copada, artista, fotógrafa, pintora, muralista, y no sé cuántas cosas más.
En el bar de Gabi, interesante comentario de Benedetti
Pero lo más importante es que era súper sencilla y tenía una familia divina. Su mamá Consuelo, su hermana Fernanda, su hermano Juan Carlos (con el cual la situación diplomática por ese entonces era tensa) y su sobrinita (hija de Fer) Martina. Vale mencionar a los 4 o 5 perros, que nos despertaban todas las mañanas, y el conejo de la entrada, que nos hizo pegar algún que otro buen susto nocturno.
Los días que nos quedamos allí fueron, cómo dicen ellos, chéveres chéveres chéveres. Gente humilde de corazón, trabajadores, serviciales y con un muy buen sentido del humor. 
Después de haber descansado esa noche nos tocaba empezar a conocer.
El primer día fuimos, junto con Gabi, al mercado de artesanos de Otavalo. Un mercado muy conocido por su tamaño y variedad de productos que ofrecen. Llegado el mediodía almorzamos en el mercado, y que buena decisión! Comimos un horneado, que es un lechón con un acompañamiento de papas, tortilla y distintos tipos de maíz. Uno de los mejores chanchitos que probamos hasta hoy día.
Artesana del Mercado de Otavalo

Artesanías I

Artesanías II
Paseando por el mercado
Habiendo hecho la digestión fuimos a pasar el resto de la tarde al bosque Peguche para luego emprender la retirada hacía Ibarra nuevamente.
Río en Peguche

Bosque Peguche
Esa noche el Chelo debutaba en el bar de Gabi como artista internacional. En un recital acústico para un selecto público presentaba su repertorio, que días más tarde repetiría en un colectivo volviendo a casa.
Al día siguiente costo arrancar pero después de haber lavado y colgado nuestra ropa nos fuimos a almorzar a la Laguna Yaguarcocha.
Esta laguna supo estar tenida de sangre, ya que tras una batalla desarrollada a sus orillas entre el imperio Inca y las tribus Caranquis y Carengues, los incas masacraron a estas tribus del lugar y todos los cuerpos fueron arrojados a la misma.

Laguna Yaguarcocha
Nos quedaba un día más en esta ciudad pero aún no la conocíamos en realidad. Destinamos entonces a caminar por el centro, sus plazas, sus iglesias. Un lugar muy tranquilo, con un ritmo de vida que da gusto y unos helados demasiados ricos.

Para la última cena me tocaba cocinar. Y para no quedar mal recurrí a la receta de mi vieja del pastel de papa. Un éxito. Habiendo jugado un rato con Tina y sacada la foto familiar, todos a dormir.
Con la familia Ayala 
El día siguiente tocaba viajar y cruzar frontera.
Nuestra estadía en Ecuador llegaba a su fin. Nos despedíamos de uno de los países más biodiversos del planeta Tierra.
Llegaríamos a tierra desconocida para nosotros, Colombia.