A decir verdad Chiclayo nunca estuvo en nuestros planes. Pero alguien había visto nuestro viaje publicado en Cs y nos escribió para invitarnos a visitar esta ciudad y asegurarnos un lugar donde quedarnos. Allí fuimos.
Llegamos y necesitábamos conectarnos para avisarle a Ronald (quien sería primero nuestro host para convertirse luego en un gran amigo) que estábamos listos para coparle la casa por unos cuantos días.
Quedamos en un restaurant muy top, en el que solo tomamos un juguito de piña para que nos habiliten el wifi, y ahí Ron pasó a buscarnos y hacernos una suerte de entrevista para ver si éramos dignos de su morada. Prueba superada.
Fuimos para su casa, donde ya hospedaba a Vicky, una rosarina muy copada que nos simplificaría demasiado la recibida. Ron nos dejó ya que debía volver a su trabajo por lo que después de comer algo y tomar unos mates nos fuimos para la playa de Pimentel, donde realizaríamos uno de nuestros rituales favoritos: birra+papas+atardecer.
Chiclayo es una ciudad cargada de historia, de culturas pre hispánicas que no dejaron de sorprendernos por su contenido, sus conocimientos y costumbres.
Visitamos:
Pirámides Truncas de Túcume, un complejo de 26 pirámides y su museo correspondiente.
Museo del señor de Sipán, ícono de la cultura Mochica. Según nos comentaban la tumba que encontraron es la 2da en mejores condiciones y grande después de la de Tutankamón
También aprovechamos para otro tipo de salidas, boliche (modo bizarro), teatro, tarde de hotel y una cena con un grupo de viajeros argentinos que conocimos por Cs.
Pero lo que más rescatamos de esta parada es que nos llevamos un nuevo amigo. El Ron. Nos abrió las puertas de su casa, conocimos a su familia, su negocio familiar, su trabajo. Aprendimos de su humildad, de sus buenos gestos y actos, y su forma de encarar la vida. Un sobreviviente. Uno de los nuestros.
Dejamos la casa y a Ron, al menos por ahora y nos íbamos rumbo a la costa donde un nuevo encuentro acontecía.
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